Cuando nos adentramos en cada uno de los cuentos de «Regreso a casa», notamos que el autor nos presenta historias que podrían ser cotidianas, pero también otras con referentes bíblicos o históricos, que de alguna manera apelan a que el lector las tenga en mente. Las historias fluyen, muy bien narradas, y el lector se prepara para un cierre de cuento con una anécdota quizá divertida, pero Juan Carlos Townsend nos lleva perversamente a un territorio en el cual nos sentimos perturbados, pues presenta de una manera natural lo insólito. Y eso es un acto de perversidad que el autor ha sabido manejar en el planteamiento de sus ficciones, como lo hicieron otros narradores desde la tradición peruana, es decir, desde los modernistas. Un narrador perverso, como puede ser Juan Carlos Townsend, es aquel que tiene fe, que es creyente, pero hay también una contraparte. Está la fe y, por otra parte, el horror, el lado oscuro. El escritor se halla entre ambos puntos: la fe, que le da una mirada distinta al horror, a lo perverso, y la perversidad, que nos da una perspectiva particular de lo cotidiano, incluso de la infancia, de la ingenuidad. Por eso no es nada gratuito que, en los cuentos de Juan Carlos Townsend, haya muchas historias en la que los niños sean los protagonistas. Además, en general, son niños que muestran sus temores a la oscuridad, al espacio, a los sueños, pero también ellos mismos son generadores del terror. Ellos, no obstante su ingenuidad e inocencia, son también sujetos de horror y perversidad.